La política exterior nazi tuvo como primer objetivo la revisión del Tratado de Versalles. Entre 1933 y 1939, Hitler llevó a cabo una hábil política de agresiones y apaciguamientos que le permitió vulnerar todos los acuerdos internacionales y, al mismo tiempo, llevar a la práctica la expansión territorial del Reich. Paso a paso, Hitler fue incumpliendo los cláusulas del Tratado de Versalles que limitaban la capacidad militar alemana, y la muestra de ello la encontramos en la Conferencia de Desarme de 1932-1933 reunida en Ginebra. En esta conferencia se reconoció a Alemania el principio de igualdad de derechos, pero a pesar de eso no hubo entendimiento con Hitler y Alemania abandonó la Sociedad de Naciones. El fracaso del diálogo confirmó la voluntad de Hitler de no someter a ningún arbitraje la cuestión del rearme alemán.
El dictador alemán proyectaba dominar toda Europa. Primer había que crear un gran Estado nacionalsocialista de base racial (Gran Reich) más allá de las fronteras fijadas en Versalles. A continuación se le dotaría de un “espacio vital” a través del expansionismo y la guerra, por tanto, contar con un potente ejército era prioritario (rearme).
En 1935 comenzó la política agresiva y expansionista de Hitler y se anexionó el Sarre tras la celebración de un plebiscito en el que la población se manifestó partidaria de su incorporación a Alemania. Inmediatamente después, el gobierno nazi anunció su propósito de restablecer el servicio militar obligatorio, de constituir un ejército de 36 divisiones y crear una fuerza aérea, la Luftwaffe.
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